miércoles, 23 de abril de 2014

LIBRO DE CUENTOS: LA TERCERA BALADA DE BRHAMS

El lunes, 21 de abril, dentro de la Jornada inaugural de la Semana de Libro de Moraleja 2014, se presentó el volumen de cuentos CERTAMEN DE CUENTOS "VILLA DE MORALEJA" 1994-2013. Editado por la Diputación de Cáceres.
Mi cuento LA TERCERA BALADA DE BRAHMS obtuvo el primer premio en 2011. Os lo dejo completo. Es mi regalo a los lectores de este blog en el Día del Libro.


                            LA TERCERA BALADA DE BRHAMS
Paolo levantó la tapa del piano y se sentó en la banqueta con forma de pájaro. Un fuerte espasmo le agarrotó los dedos. No era la primera vez: en los últimos meses le había ocurrido con frecuencia alarmante. Nadie debía darse cuenta del problema. Simuló acomodar las partituras. El calambre solía pasar pronto.
Los asistentes dejaron de masticar galletitas, cesaron en sus conversaciones y cuchicheos para seguir el concierto. Paolo, acariciando las teclas, comenzó a interpretar a Brahms.
 Pero el clima jugaba en su contra: una tormenta de verano estaba en pleno apogeo. Los relámpagos dibujaban culebras ardientes y convertían el horizonte en un cuadro abstracto, una pintura que figuraba rasgarse con el fragor de los truenos. Comenzó a llover con furia, y parecía que el cosmos iba a hundirse.

Mientras Paolo ejecutaba  la “Tercera Balada de Brahms”, un resplandor inundó el gran salón del palacio de la Embajada. Un rayo acababa de penetrar por un ventanal, una luz sobrenatural que recorrió el camino rectilíneo de la barra de hierro del cortinaje, saltó hacia la otra barra en la siguiente ventana y salió por ésta. Decenas de ojos presenciaron atónitos la escena.
Paolo interrumpió la obra. Se enderezó la pajarita roja, se estiró el smoking y esperó a que los gritos de los asistentes se extinguieran y volviera la calma. El pianista levantó la mirada, la fue posando en cada uno de ellos hasta detenerla en la mujer vestida con un elegante traje rojo, largo, que estaba quitándose unos guantes hasta el codo, al estilo Gilda, y que desde un extremo de la sala lo miraba con admiración. Era Elena, su mujer, con la misma cara de niña adolescente de la que él y su hermano habían estado enamorados como romeos. Pero fue él quien la conquistó. El artista se sentía transportado por esa imagen, y eufórico de pensar que ella vibraba con su música. Lo amaba a él, lo admiraba por su talento y por su fama, no en vano era el homenajeado esta noche en la Embajada. Su retirada como músico era irreversible.
Mientras los invitados trataban de recomponerse después del sobresalto por el rayo intruso, Paolo comenzó a tocar las teclas como si de una amante se tratara, con suaves compases tranquilizadores. Se acordó de Alexandro, su hermano gemelo, al que le gustaba tanto esta pieza; recordó su infancia repleta de mendrugos y privaciones, de cómo pudieron salir de la pobreza en aquel pueblecito de la Toscana y estudiar música con grandes maestros gracias al mecenazgo de una de las familias más importantes de la región.

Paolo y Alexandro eran como un ojo a otro ojo. Nadie podía diferenciarlos, ni siquiera sus padres. Paolo siempre había tenido reparos en reconocer que su hermano era más brillante que él en todo, contaba chistes como nadie y resultaba atractivo a las chicas. Pero él aparentaba no sentir envidia de su gemelo, incluso fingía que lo admiraba. Como aquel día en la escuela cuando Alexandro fue el único que supo recitar de memoria al maestro: “Ramón Berenguer Entenza fue hecho prisionero mientras dormía y tomó el mando Bernardo de Rocafort, que de victoria en victoria, casi quedó hecho dueño del imperio”. Paolo recordaba que los alumnos se quedaron con la boca abierta y el maestro colocó a Alexandro el primero de la clase. Él dijo a todos que se sentía muy ufano de tener un hermano tan inteligente. En su mente resonaban las palabras del maestro informando a sus padres de que no cabía duda que Alexandro lo superaba con mucho, pero que, sin embargo, Paolo era un chico más constante y aplicado, que llegaría lejos. Siempre supo jugar su papel de niño bueno.
En su primer concierto juntos, siendo adolescentes, Alexandro se llevó las mejores felicitaciones de sus maestros y una bandada de jovencitas no dejaron de revolotear a su alrededor mientras Paolo, más tímido, observaba los éxitos de su hermano con rencor; no soportaba que fuera mejor que él en todo. Además, Elena prefirió a Alexandro y se prometieron.
Con frecuencia las chicas los confundían, y lanzaban a Paolo miradas  provocadoras y se le insinuaban creyendo que era Alexandro. Él se sonrojaba, aunque, a veces, se atrevía a suplantar a su hermano en los ligues amorosos. Así consiguió a Elena, haciéndose pasar por Alexandro, en un principio.

Ahora se avergonzaba de las trampas que le había puesto a su hermano: desafinando sus instrumentos, cambiándole las partituras, encerrándolo en la buhardilla para que no llegara a tiempo a algún concierto importante, propagando hazañas indignas que Alexandro nunca cometió, pero que lo hicieron merecedor de mala fama.       
Los mecenas se cansaron pronto de la inconstancia de Alexandro y prefirieron contar con la presencia de Paolo en sus celebraciones importantes. Siempre fue un espíritu inquieto. Aunque según los entendidos, Alexandro tenía más talento musical que Paolo, éste aseguraba que su hermano no deseaba pasarse la vida descargando su agresividad sobre las teclas y pegado su culo a una banqueta. Hasta que un día Paolo le dijo que su novia ya no le amaba, que lo prefería a él y se casarían. Alexandro enloqueció por la pérdida de Elena y Paolo lo ingresó en un psiquiátrico. Hizo correr la voz de que su hermano se había unido a una expedición por la selva amazónica, que le gustaba la vida bohemia, vivir sin ataduras. A sus padres les llegaron noticias de que tenía contactos con la mafia, que deseaba otros alicientes, vivir aventuras, viajar por países exóticos.

Desde hacía muchos años nadie había vuelto a saber de Alexandro. Nadie, excepto su hermano gemelo.

Paolo llevaba tiempo pensando que era el momento de retirarse. Mejor hacerlo ahora, en pleno éxito, con una carrera plagada de triunfos y reconocimientos. Prefería retirarse a tiempo y ser recordado como una gran figura a que lo retiraran los calambres, cada vez más frecuentes, y la gente pensara que su talento se había marchitado. Le satisfacía la publicidad que se había dado de su último concierto en el palacio de la Embajada. Se vanagloriaba cuando veía su imagen, como la de un actor famoso, en los carteles expuestos por toda la ciudad, y el anuncio de su recital en las más importantes cadenas de televisión y radio. Por eso le rendían este homenaje: por ser el músico más destacado y porque desde esa noche no volvería a dar ningún concierto.   
De repente, al levantar la cabeza, vio a su bella esposa enfundada en el traje rojo, más enigmática y sensual que nunca. Deseaba terminar el concierto para dirigirse a su encuentro. Se sentía cada día más fascinado por aquella mujer a la que amaba desde su juventud. Era su inspiración, aunque el temor a perderla le impedía confesarle la verdad. En ocasiones se mortificaba y reconocía que era un cínico, pero todo lo que había conseguido en la vida dependía de su silencio.

Los truenos y relámpagos actuaban cada vez más espaciados. La tormenta por fin se alejaba y todo volvía a la calma.
Cuando Paolo se disponía a reanudar la “Tercera balada de Brahms”, creyó divisar entre los invitados el rostro de Alexandro. Quizá había sido un espejismo, pero en ese instante recordó un pasado que creía enterrado. Un escalofrío sacudió su cuerpo, como un mal presagio. Por un momento interrumpió la melodía. Creyó ver odio y resentimiento en los ojos de Alexandro, y, en sus labios, la sonrisa burlona de la Parca.
Simultáneamente una mano enfundada en un desaprensivo guante negro, emergió por entre unos cortinajes del salón y tumbó uno de los candelabros. Las velas prendieron fuego a una cortina. Como en una metástasis, las llamas extendieron sus lenguas de fuego de los cortinajes al resto de la tapicería de lujo dispuesta en una esquina del gran salón. Algunos invitados corrieron hacia el extremo de la sala libre de las llamas, otros huyeron sin saber adónde. El fuego, aunque de escasas dimensiones, había provocado el pánico necesario para que el plan del vengador saliera según lo previsto.
Sonó un tiro. Su estruendo se confundió con el de un trueno.
El piano dejó escapar un acorde disonante.
Con la confusión del momento, nadie se percató del disparo ni del acorde desagradable. Tampoco de que un cuerpo era arrastrado hasta la puerta cristalera que ocultaba el cortinaje. Elena sintió que una mano tiraba de ella, la rescataba de las llamas y, en un rincón, la besaba y le desgranaba palabras de amor.
En cuestión de minutos, con la ayuda eficaz de la servidumbre, se sofocó el fuego y se restableció la calma. Las llamas sólo habían afectado a una esquina del salón.
El embajador dirigió unas palabras de agradecimiento y pidió disculpas a los invitados. Se congratulaba porque todos hubieran salido ilesos. No obstante, proponía suspender el concierto hasta la noche siguiente o, si lo preferían, tomarían un cóctel en el ala sur del palacio y continuaría la velada. La gente prefirió seguir, intentando aparentar serenidad. Se decían que ya  no iban a ocurrir más incidentes.
Al cabo de una hora, el embajador solicitó al pianista que les hiciera el honor de continuar con el concierto de Brahms. Él asintió con un movimiento de cabeza, se sentó al piano y comenzó a interpretar al genial compositor. 
Los comensales lo escuchaban emocionados. No sabían si la emoción se debía a los confusos episodios de esa noche o si realmente el músico tocaba ahora con más garra y un dominio impecable. Los acordes eran más intensos, más sublimes, de un virtuosismo apabullante. Ni el propio Brahms hubiera pensado que su obra sería tan oportuna para este momento. Nunca fue tan bien aplicado el Allegro.
Tan impactados estaban los invitados que ninguno, ni siquiera Elena, reparó en que la pajarita del pianista era negra en vez de roja.

ESTE CUENTO FUE GANADOR DEL XVIII CERTAMEN DE CUENTOS “ VILLA DE MORALEJA” EN  2011
                                        Rosa López Casero

                                       CORIA (Cáceres)

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