martes, 9 de diciembre de 2014

LA ENCAMISÁ ENTRE LA BRUMA

La Encamisá es la fiesta más importante de Torrejoncillo, la fiesta por excelencia, declarada de interés turístico nacional.

Por primera vez, el digital TTN ha sacado un periódico en papel el 6 de diciembre, día de la ofrenda, y me pidieron que escribirá un artículo para estas fiestas que acaban hoy. Os lo dejo en mi blog.                                        



 LA ENCAMISÁ ENTRE LA BRUMA

Como siempre, un manto de bruma envuelve la noche del 7 de diciembre, y las grandes hogueras desafían al frío. Ese día todos miramos el cielo plomizo por si anuncia lluvia, lo que no impedirá que salga la procesión.
       Ya a finales de noviembre abrimos el baúl de nuestra mente para desempolvar el frasco de los vivas, la caja de las emociones, la bolsita de amor a la Virgen: se acercan las novenas, la fiesta de la Pura, y nuestra entrañable Encamisá.
       Desde tiempo inmemorial, los torrejoncillanos hemos echado vivas hasta quedarnos roncos, vivas que encierran sentimientos y tradición, valores de nuestra tierra, y que cada año nos parecen nuevos. Nadie que no sea torrejoncillano puede comprender la emoción que se siente cuando unos jinetes ensabanados, con el farol en una mano y volcándose con la otra, nos animan a echar más vivas, con elogios a la Inmaculada Concepción. Los rostros de los encamisados resplandecen bajo la luz de los faroles. Horas antes, el atrio de la iglesia hierve de corazones fervorosos para ver de cerca la salida del estandarte que, portado con orgullo, se abre paso hasta depositarlo en manos del capitán de la tropa hasta la madrugada: el mayordomo. A las diez en punto de la noche comienza la batalla. Sólo que esta no será cruenta sino un simulacro de aquella, y en agradecimiento a la Virgen por haber vencido en la batalla contra los franceses. El capitán-mayordomo, que empuña el estandarte como el más preciado tesoro, guía a su tropa ayudado por el estandarte de la Virgen y sus dos lugartenientes, seguidos por los jinetes y arropados por la gran muchedumbre. Todo Torrejoncillo vive en la calle esa noche, todos cantan y echan vivas al paso del estandarte, y sueltan alguna lágrima pidiendo para sus adentros que la Virgen le conceda sus peticiones. Y avanzamos encogidos con la cabeza baja, el cuello del abrigo levantado y la cara envuelta en la bufanda, para ver de nuevo el paso del estandarte desde otra atalaya. Y nuestros pies ateridos buscan consuelo en la cercanía de las joritañas, que  dan un toque de magia a esa noche.
       De nuevo frente al atrio, a esperar la llegada de la procesión para volver a vitorear el paso del pendón que regresa y da vuelta a la plaza, majestuoso, hasta dirigirse hacia la puerta de nuestra magnífica iglesia. Del cañón de miles de escopetas sale un lenguaje sordo, estridente: es la manera de honrar a María, hasta que su silueta se pierde en el templo.
       Quedan las ultimas brasas mortecinas en las calles, borrajos para el brasero, y el aire impregnado del eco lejano de las canciones y lores a la Virgen.
             El 7 de diciembre, los torrejoncillanos son un solo cuerpo, una sola voz, se sienten purificados… Y cuando pase la Pura, volveremos a guardar, en lo más recóndito del baúl de nuestra mente, todo lo que desempolvamos en la noche de la Encamisá.
                                                                   
                                                                                Rosa López Casero

PUBLICADO EN TTN (EDICIÓN EN PAPEL)

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