La
Encamisá es la fiesta más importante de Torrejoncillo, la fiesta por
excelencia, declarada de interés turístico nacional.
Por
primera vez, el digital TTN ha sacado un periódico en papel el 6 de diciembre,
día de la ofrenda, y me pidieron que escribirá un artículo para estas fiestas
que acaban hoy. Os lo dejo en mi blog.
LA ENCAMISÁ ENTRE LA BRUMA
Como siempre, un manto de bruma envuelve
la noche del 7 de diciembre, y las grandes hogueras desafían al frío. Ese día
todos miramos el cielo plomizo por si
anuncia lluvia, lo que no impedirá que salga la procesión.
Ya
a finales de noviembre abrimos el baúl de nuestra mente para desempolvar el
frasco de los vivas, la caja de las emociones, la bolsita de amor a la Virgen:
se acercan las novenas, la fiesta de la Pura, y nuestra entrañable Encamisá.
Desde tiempo inmemorial, los
torrejoncillanos hemos echado vivas hasta quedarnos roncos, vivas que encierran
sentimientos y tradición, valores de nuestra tierra, y que cada año nos parecen
nuevos. Nadie que no sea torrejoncillano puede comprender la emoción que se
siente cuando unos jinetes ensabanados, con el farol en una mano y volcándose
con la otra, nos animan a echar más vivas, con elogios a la Inmaculada Concepción.
Los rostros de los encamisados resplandecen bajo la luz de los faroles. Horas
antes, el atrio de la iglesia hierve de corazones fervorosos para ver de cerca
la salida del estandarte que, portado con orgullo, se abre paso hasta
depositarlo en manos del capitán de la tropa hasta la madrugada: el mayordomo. A
las diez en punto de la noche comienza la batalla. Sólo que esta no será cruenta
sino un simulacro de aquella, y en agradecimiento a la Virgen por haber vencido
en la batalla contra los franceses. El capitán-mayordomo, que empuña el
estandarte como el más preciado tesoro, guía a su tropa ayudado por el
estandarte de la Virgen y sus dos lugartenientes,
seguidos por los jinetes y arropados por la gran muchedumbre. Todo
Torrejoncillo vive en la calle esa noche, todos cantan y echan vivas al paso
del estandarte, y sueltan alguna lágrima pidiendo para sus adentros que la
Virgen le conceda sus peticiones. Y avanzamos encogidos con la cabeza baja, el
cuello del abrigo levantado y la cara envuelta en la bufanda, para ver de nuevo
el paso del estandarte desde otra atalaya. Y nuestros pies ateridos buscan
consuelo en la cercanía de las joritañas, que dan un toque de magia a esa noche.
De nuevo frente al atrio, a esperar la
llegada de la procesión para volver a vitorear el paso del pendón que regresa y
da vuelta a la plaza, majestuoso, hasta dirigirse hacia la puerta de nuestra magnífica
iglesia. Del cañón de miles de escopetas sale un lenguaje sordo, estridente: es
la manera de honrar a María, hasta que su silueta se pierde en el templo.
Quedan las ultimas brasas mortecinas en
las calles, borrajos para el brasero, y el aire impregnado del eco lejano de
las canciones y lores a la Virgen.
El 7 de diciembre, los torrejoncillanos
son un solo cuerpo, una sola voz, se sienten purificados… Y cuando pase la
Pura, volveremos a guardar, en lo más recóndito del baúl de nuestra mente, todo
lo que desempolvamos en la noche de la Encamisá.
Rosa López Casero
PUBLICADO EN TTN (EDICIÓN EN PAPEL)