La ciudad de Coria
duerme la resaca de la madrugada. Muchos se han acostado al alba, aguantando
hasta las seis de la mañana cuando dan
muerte al toro. Por eso, Coria está desierta hasta el encierro del mediodía,
descansa con la siesta, se despabila para el toro de la tarde y aguanta para
ver el encierro de las 3,30 horas y muchos, hasta que matan al toro. Y así cada
día durante la semana de fiestas del toro de San Juan.
Al salir al balcón a
regar mis macetas, me subyuga esa calma que respiro a mi alrededor. Ni un alma
por la calle, ni coches, ni perros. Todo desierto. Los corianos duermen,
descansan reponen fuerzas entre toro y toro. Cojo la cámara y tomo estas
instantáneas hechas en el mismo lugar y en diferentes tiempos. Corresponden a
la Plaza de la Catedral y a la Plaza del Duque. El tiempo de las primeras
fotografías es en la mañana, sobre las once. Las segundas están tomadas por la
tarde, a las veintiuna horas.
En medio de estas
plazas, el toro, sólo y sin ataduras, es observado por cientos de personas;
algunos, osados, se arriman al astado que no sabe para qué está allí ni por qué
tanto jaleo a su alrededor.
En la última
fotografía, la muchedumbre acude a ver el toro que acaba de morir a las 22 h.
Se conoce que los toros
tienen querencia con la catedral porque
mañana, tarde y noche, acuden a estas plazas y a muchos los matan allí
mismo.
Por la situación de mi
casa, no tengo que moverme para verlos, más bien me desvelan cuando a las cinco
de la madrugada me despiertan silbidos y voces citando al toro que está junto a
mi fachada. Me doy media vuelta e intento dormir.
La noche del 28, pasadas las diez de la noche, como los enanitos del cuento que trabajaban en la oscuridad, una legión de mozos desmantelaron el tablado frente a mi casa en un santiamén y, a continuación, el ruido de las mangueras del servicio de limpieza se puso en marcha. Al cabo de pocas horas, las Plaza de la Catedral y del Duque quedaron como una patena. Al amanecer, los furgones que habían servido churros y bocadillos y habían dejado mi casa inundada de olor a fritanga durante una semana, habían desaparecido.
Coria ha vuelto a la calma, sólo hollada por turistas que, silenciosamente y cámara en ristre, acuden a visitar estos lugares tan emblemáticos de nuestra ciudad.Y yo, tras los cristales, observo el devenir de cada día y veo pasar el tiempo, como la puerta de Alcalá.
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