Multitud de extremeños somos adictos a las
representaciones en el Teatro Romano de Mérida, afición que, al parecer,
compartimos con personas de diferentes pueblos de España que, como mariposas a
la luz, acudimos cada año a Mérida para ver buen teatro y llenar las cáveas
romanas.
Cada
año me digo que será el último al que asisto. Y al año siguiente vuelvo a
infringir mi promesa y acudo a ver alguna obra. Y de nuevo salgo decepcionada.
Las comparo con las puestas en escena de hace muchos años y no hay color. La
crisis ha llegado a los diferentes escenarios de nuestra vida y, cómo no,
parece que también a los presupuestos del Teatro Romano de Mérida.
Antes
asistíamos a obras grandiosas, con multitud de actores, con un lujoso
vestuario, espléndidos coros, coreografías magníficas, y artilugios que
aparecían por arte de birlibirloque, bien en el escenario o volando por todo el
coso, para deleite y admiración del público. Pero toda esa grandilocuencia se
acabó. Ahora se representan adaptaciones en versión moderna --unas muy logradas
y algún que otro bodrio--, con escasez de actores, decorados mínimos y
vestuario de nuestra época. Y, personalmente no me gusta. También escuché
varios comentarios del público en ese sentido. Si voy a ver Fedra, Medea,
Antígona, Ifigenia, Edipo Rey, etc, quiero ver la obra de los clásicos y con
vestuarios de aquella época. Porque el soberbio marco lo requiere y porque,
para representarlo así, pueden hacerlo en cualquier teatro de cualquier ciudad,
pero no en Mérida. Creo que ella y su teatro se merecen mucho más.
Por
poner un ejemplo, en la obra César & Cleopatra, una obra psicoanalítica,
sin entrar en la crítica a la obra ni a los actores, para eso están los
críticos teatrales, ocurrió cuanto he expuesto, con la paradoja de lo gracioso
que es leer en la ficha técnica que los zapatos de Ángela Molina eran de Manolo
Blahnik . Cuando, o yo estoy ciega o la actriz iba descalza durante toda la
obra. Quizás es que los zapatos se los dejó entre bambalinas. ¡Qué ironía!