viernes, 9 de mayo de 2014

EL MILAGRO DE SETO



Estoy feliz porque Seto no va a perder el ojo. Pero os preguntaréis: ¿quién es Seto? Claro, no os lo he presentado. Empezaré por el principio.
Apareció encima de las hojas brillantes del alto seto entre unos dorados hilos de araña, en Zarzoso, un día de primavera del  pasado año. En un principio creíamos que se trataba de un pájaro pero al acercarnos vimos un hermoso gatito blanco y negro que miraba con ojos suplicantes, asustado o hambriento, tal vez. Nunca averiguamos si alguien había intentado tirarlo al canal y, por suerte para él, cayó en el mullido seto, o si su madre gata lo llevaba entre su boca y lo dejó allí por el instinto que tienen las gatas de mudar a sus crías de sitio.
Le puse por nombre Seto. Tendría aproximadamente un mes. Como estábamos en mayo, calculé como su fecha de nacimiento el 17 de abril de 2013, por tener un día para celebrar su  cumpleaños. Lo crié con biberón y, al cabo de unos meses, se convirtió en un hermoso gato con una cola grande y frondosa como la de un zorro.
Seto, igual que Platero, “es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se dirá todo de algodón, que no lleva huesos”. Pero no es tierno ni mimoso, tiene un carácter difícil, es bravo y travieso, y listo. Le he tomado mucho cariño. Es la imagen de mi blog.
Una de sus aficiones favoritas es tumbar el cesto para la ropa sucia (vacío), quitar la tapa y meterse dentro, como aparece en la fotografía.
Pues creí que esos bellos ojos verdes sólo podrían verse en esa fotografía de portada a partir de ahora. La causa es que, desde que hace buen tiempo, le llevamos todos los días al campo. Pasamos el verano en Zarzoso y convenía que se fuera acostumbrando a convivir con los demás gatos y los tres perros que allí viven todo el año.
Una tarde, a la hora de volver a casa, llegó mohíno y con el pelo alborotado. Se había  peleado con un gato de dos años, el Rubio, que lo consideró un intruso. Al llegar a casa se echó en un sillón y permaneció toda la noche adormilado. Al día siguiente, como no se movía, lo acaricié con dulzura. Estaba muy caliente. Su pelo, desordenado, estaba mustio y sin brillo. Tenía fiebre, un ojo completamente cerrado y lleno de pus. Se lo lavé con un algodón pero debía de dolerle mucho porque dio un respingo y no se dejó tocar más. Pensamos que perdería el ojo, que, quizá, el gato Rubio se lo había vaciado durante la pelea. Ya nos pasó hace tiempo con mi gata Nika, a la que dejaron tuerta.
Al cabo de tres días en los que apenas se movió, y después de lavárselo cada día mientras estaba distraído, pues me echaba la zarpa ─por el dolor que debía de sentir─, salió de su letargo y comenzó a querer jugar. Poco a poco fue abriendo el ojo. Pensamos que quedaría tuerto, como Nika, la matriarca del clan. (Algún día os contaré su historia).

Pero el dios de los gatos ha obrado un milagro y ya puede lucir sus dos maravillosos y escudriñadores ojos verdes, como asoma bajo el cesto de mimbre en la portada del blog.






2 comentarios:

  1. Una historia preciosa. ¡¡Suerte tiene Seto contigo!!
    Un beso

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  2. Y yo con él. Es cierto que acariciar a un gato te produce soosiego.
    La suerte la tengo yo por contar con tan buenas amigas como tú.

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